jueves, 4 de junio de 2015

Entes


Quítales la suerte y la fortuna.
Quítales la tierra donde nacieron.
Quítales la razón y la fe.
Quítales la historia y el tiempo.
Quítales el pasado y el futuro.
Quítales su vergüenza.
Quítales su orgullo.
Quítales sus derrotas y logros.
Quítales sus armas.
Quítales su trabajo y salario.
Quítales la piel con que visten.

Y ¿qué es lo que queda?

jueves, 20 de noviembre de 2014

Botas gastadas

Dejo mi encerrado encierro, alejándome de la linea fronteriza dentro de mi propia tierra, alejándome de esos alegres e ingenuos visitantes de pieles blancas.

Tomo la primera salida que conecta con el tren ahora clausurado de susodicha terminal, mi sorpresa solo continua cuando veo imitaciones de hoplitas protegiendo aun más las selladas entradas, protegiéndolas de hermanos suyos, de gente suya, razones suyas, obligaciones suyas, ordenes suyas, todo proviene de arriba.

Un sonoro silencio proveniente de maquinas veloces que corren mientras las otras maquinas vuelan cerro abajo, vuelan peñon abajo, vuelan bajo las sonoras ondas que los perciben y los guían. Aterrizan en negros y lisos empedrados de un lago de petroleo calmo.
Mi camino es largo, no por el siguiente lugar al cual trato de alcanzar, sino por el cerro arriba que he de recorrer. Mis pisadas son acompañadas por gente que vagabundea por un tren igualmente imparable en todo lo ancho del cerro. Cinco horas antes corría por registrarme en la historia de aquella terminal, corría, corría ignorante de lo que había pasado un poco antes, justo cuando el obrero llega a la obra y el oficinista llega a su oficina. Corría, y nadie me seguía, cuando minutos antes, escudos de poliuretano me hubieran seguido y aplastado solo por parecer viajero casual de la avenida. Corría, y corría con las manos vacías, cuando minutos antes, cualquiera podría traer fuego encerrado en una botella de whisky.

Pero ahora caminaba por unas calles, cuyos monstruos metálicos de pies redondos corrían con toda furia acompañando un silencio de mortandad, acompañando un silencio de tensión, acompañando luces de colores opuestos.

Al alcanzar la siguiente estación, al norte de aquella de aves voladoras, clausurada una vez más por la paranoia de la ciudad vibrante, mis pies se sienten cansados, se sienten indignados por un camino que jamás planee; cansados como una raza que conozco desde hace poco, que conozco solo un poco; indignados como un pueblo que no termina de indignarse por completo, que debería indignarse, si, que debería indignarse. No queda mas que seguir patinando en aceras solas, y a la vez ,acompañadas de viajeros que han bajado del tren antes de su destino.

Mis botas ya están gastadas, no por el camino de hoy, pero si por el camino de todos los días. Gastadas, muy gastadas, como las almas y las palmas de la gente que hoy se levanta, que tiene esperanza, pero que el camino les ha cobrado en deleite de reyes sin rostro. Ahora también se que el pavimento se deleita alimentándose del caucho de segunda de mi calzado.

Llego a la calle de Peniques, entrada hacia el tren que me llevara a mi hogar, aunque también mis botas gastadas podrían llevarme, es cierto también podría llegar a mi hogar con mi propio pie.

viernes, 22 de agosto de 2014

Déjame

Déjame probar mi locura.
Déjame escuchar tus suspiros junto a mi oído.
Déjame tomar tu mano mientras busco tu intimidad con la otra.
Déjame escuchar el placer que me provoca que yo te provoque placer.

No me dejes descansar en tu pecho menos de lo que la eternidad manda.
Mientras sostienes mis manos, puedo sentir como vibran las tuyas, déjame llevarlas a mi espalda para que me abrace el fuego de tu calor.

Pero que perturbante tortura es aquella a la que me has condenado.
Permíteme disfrutar la tortura que me provocas, permíteme probar el néctar que florece de tu boca para complacer mi dolor infinito.

Déjame sostener tus suaves piernas contra las sabanas a las que nos acurrucamos.
Déjame recorrer cada nervio de tu cuerpo. Cada uno de los que revoluciones más y más tu motor.
Cada uno de aquellos que me haga estar fundiéndome cada vez más y más en ti.
Cada uno que me permita perder más el frío al camino de vuelta.

Déjame quedarme aquí.
No permitas que nuestras armaduras las vistamos de nuevo, y deja que nuestra pieles hablen y nuestros latidos griten.
Déjame dibujar cada rastro de tu geografía humana, no me dejes olvidarla.

Déjame ir, pero no me dejes ir.
Déjame besarte, pero no me dejes besarte.
Déjame olvidarte, pero no me dejes olvidarte.

Déjame… solo déjame.

miércoles, 30 de julio de 2014

Lila

Ella es Lila, una chica de 25 años, que está esperando en la estación del metro Polanco al tren que arribaría y la llevaría a su casa. Es una chica que le gustaba escuchar Zoé en su iPod cuando está triste, y en este momento trae puestos sus audífonos con el volumen en lo más alto. Y también es una chica en cuya mejilla rueda una lágrima debido a que 30 minutos atrás, su novio la ha dejado por otra, una mujer 10 años más grande que ella, casada y con hijos. Ella pensaba: “Todos los hombres son unos idiotas, unos perros y los odio”. Ella también tiene un cuerpo y cara bonitos, nunca ha dejado de ser observada y acosada por todos los hombres que ha conocido y con cualquiera con el que se ha topado en la calle, por lo que es normal que en su mente pasen pensamientos como los que acaba de pensar.

Enfrente de Lila, en el otro lado de la estación, está Juan Angustias, y sin ser particularmente atractivo, ha robado la atención de Lila, ella lo describe mentalmente pensando: “Es un chico de mi estatura, rapado, con lentes que se consiguió cerca del metro Allende, trae camisa a rayas blancas con azules, pantalón de mezclilla azul marino, que no combinan para nada, botas negras, con una mochila igualmente azul. A  ese chico le gusta el azul. Está parado apoyándose de lado en la pared, se nota que esta triste, tal vez lo esté tanto como yo”. Entonces Juan Angustias, que tenía su mirada puesta en los durmientes de la vías, volteo y la miro a los ojos, apenada y aun triste ella desvió la mirada por un par de segundos. Ella se ha decidido a verlo nuevamente, él ha fijado nuevamente sus ojos en las vías del tren, pero cuando se da cuenta que es observado, corresponde la mirada de Lila con una pequeña sonrisa, con la cual ella reacciona a su vez sonriente. Ambos escuchan el pitido del tren que se acerca,  y él se despide ligeramente con una mano.


Una vez que el tren ha partido, Lila se queda sola en la estación, todavía esperando el arribo del tren que le conducirá a casa, pero ahora no está triste, ahora alguien le ha sonreído.

Regreso de la escuela

Estaba Juan Angustias en su camino de regreso de la escuela,  cuando bajando del subterráneo que lo llevaba a su casa, se dio cuenta que caminaba con una enorme multitud a una sola dirección, posiblemente todos los  que estaban en su regreso de la escuela y trabajo, siempre viendo la nuca de todos, nadie se dirigía en sentido contrario. Jamás se había dado cuenta de eso, y no tenía idea de porque sucedía, y pensó: “Realmente no importa”.

Al día siguiente, al tomar nuevamente el subterráneo que lo dejaría en la escuela, se dio cuenta otra vez de la misma situación del día, vio otra vez una multitud de nucas, algunas bien peinadas, otras rapadas, con peinados extraños, el cabello parado, con calvicie, de todo tipo de nucas vio. Y de igual forma, no vio a nadie que se dirigiera en sentido contrario a donde él y todos iban, probablemente a la escuela, al trabajo, a citas importantes de negocios, no lo sabía él. Pero pensó: “¿y si el que va a otro lado donde no vamos nosotros, simplemente ya lo pase de largo? Entonces volteare, y seguramente si veo una nuca, de cualquier tipo y peinado que tenga, sabré que esa persona va a otro lado diferente a donde yo voy”. Y así volteo, y nuca nunca vio, pero eso sí, muchos y muchos rostros. Rostros, que miraban al suelo, serios, cansados, algunos de ellos hablaban por teléfono, otros venían platicando con otros rostros, pero ninguno de ellos dejaba de tener una expresión triste o enojada. Entonces, Juan Angustias, se regresó la mirada hacia donde él iba, y su rostro se volvió largo y triste, pensó él: “Creo que me siento triste”.


Cuando Juan Angustias, termino ese día con sus clases y tomo otra vez el tren de regreso a casa, se topó por tercera vez con ese mismo escenario que había visto la mañana de ese día y la noche del anterior, solo podía ver otra vez la multitud de nucas, algunas bien peinadas, otras rapadas, con peinados extraños, el cabello parado, con calvicie y algunas con tatuajes, pensó él: “Aun me siento triste”. En ese momento se le ocurrió una brillante idea, y literalmente fue una brillante idea, porque se detuvo y empezó él a resplandecer entre la multitud, casi como el Sol saliendo por el horizonte en una mañana completamente despejada, pero, todo el mundo seguía caminando y nadie lo observaba, entonces volteo a mirar los rostros que miraban al suelo, serios, cansados, y también a los que hablaban por teléfono y platicaban entre sí, pero nadie lo miraba. Pensó él: “¿Tal vez deba dejar de estar triste?” Y el rostro largo y triste que tenía Juan Angustias desapareció, para mostrar a todos la dulce sonrisa y los hoyuelos que se le hacían debido a ella, fue  cuando así, brillante en más de un sentido, todos en esa multitud bien formada lo vieron, y le devolvieron la sonrisa todos y cada uno a Juan Angustias, con su propia sonrisa resplandeciente, haciendo del amanecer que había iniciado Juan Angustias un medio día, eso en una noche después del trabajo, la escuela o de donde sea que provinieran esa multitud de sonrisas, y a donde sea que el viento las llevara.

martes, 22 de julio de 2014

LSD

Noche estrellada que guarda aquel lugar, me veo entre escalones de concreto que miran hacia un escenario de árboles altos y viejos. Sigo de frente, hacia un par de edificios hechos ruinas, víctimas de la industria y del abandono, sucias se pueden ver aun en la ausencia de luces, ausencia que solo la noche podría traer.

Camino en esas gradas, dirigiéndome siempre a las viejas construcciones, elevo un momento mi mirada y puedo apreciar cómo se funde el cielo y la cima de ambas construcciones. Mi mente, ese instante se siente relajada, mi cuello de igual forma, pareciera que se acuesta en una suave cama, es una sensación terminante, casi gloriosa. Bajo mi cabeza para no trastrabillar y mirar mi camino que finalizaría con las gradas, pero un sentimiento de anhelo me obliga a levantar otra vez mi mirada hacia las eternidades del cielo raso, observar nuevamente la cima de aquellas ruinas abandonadas.

Una sensación auténticamente mejor que la mezcalina y el LSD de hace 8 horas, mejor que cualquier droga, chute o hierba que hubiese consumido desde hace 4 años. Podía sentir lo libre que era ver hacia aquel escenario en las alturas, lo relajado que se ponía cada musculo de mi cuerpo mientras proseguía mi caminata, como si un sueño lo estuviese viviendo conscientemente, no tenía la menor tensión en ese momento, como se libera el esfuerzo del suelo excavado y este se abunda o como cuando terminas una ducha después de 2 horas de intensa actividad física y seguida aun de unos momentos con la mujer más erótica con la que hubieses estado en la cama. No se sentía como un orgasmo, pero un equivalente a lo mismo.

Seguía caminando, con los ojos bien puestos en lo más alto del cielo, cuando al siguiente paso, como cuando una noche de copas estas completamente consciente de tu rededor pero se acelera todo conforme el licor se inyecta en las venas, de esa forma, mi mente desbordaba ya de mi cuerpo,  no me importaba como me tambaleaba y empezaba a dar vueltas ese paisaje, solo quería seguir sintiéndolo. Tanto, tanto placer en un simple momento, consciente de que caía, pensaba que lo que observaba era exactamente lo mismo que una cámara de video dirigida al cielo y que empujada, su consecuencia es que el trípode donde se sostuviera, perdiera el equilibrio y terminase en el suelo volviendo todo lo firmemente vertical y firmemente horizontal en revés, siendo lo horizontal vertical, y lo vertical horizontal.


No recuerdo más, ni quiero acordarme de más.

martes, 1 de julio de 2014

Pequeña Tortuga

No puedo escribir ese máximo sentimiento que los grandes poetas y que nuestro padres suelen expresar, porque tal vez estén incapacitadas mis manos y mi boca para expresar eso. Pero el cariño que te demostré esa vez con las mismas inexpresivas partes, fue auténtico y real, y la duda no estaba en mi, no había rastro alguno en esos instantes. Fugaz, sí, pero de la misma forma yo no olvido las sensaciones tan ridículamente pasionales y arrebatadoras que tu figura fantasmal provoco en mí esa tarde de verano.

Tal vez ni si quiera mi corazón este capacitado para esas cuestiones, lo que si, es que creo que es una decisión, y tal vez perdí el tiempo. Mucho tiempo. He perdido tanto tiempo, que solo un cobarde escribiría de forma pública y anónima como lo hago en este momento, y admito que lo he sido y lo soy. He tomado la decisión de no decir las grandes palabras que muchos deberíamos anhelar para ser felices, he tomado la decisión de no tomar la decisión. No en esta vida. Pero, tal vez, por un momento, en el libro de nuestra biografías, la mano divina que las escribe, coincidió en que unas lineas fueran nuestras, unas lineas que aunque nos han causado un poco de dolor más en uno que en otro, si es que ha habido alguno, tal vez podría decir que más en mi alma, por la impotencia del tiempo perdido. Aunque del susodicho dolor de la misma alma no es cuantificable ni comparable, por lo que solo un idiota como el autor de estas olvidadizas palabras podría aseverar. 
Bien, hay que admitir que cualquier mal que exista, realmente es una ilusión, y que yo ahora, como el día siguiente a tus abrazos, siento algo realmente memorable, satisfactorio y resplandeciente en esos párrafos en los cuales nuestros biógrafos coincidieron.

No seré el más cercano, y tal vez jamas lo sea, y tampoco es que lo desee. Sonara egoísta, pero solo puedo prometer nuestra amistad y cariño habrá de quedar, quizá para volver a unir nuestras historias y entretener el ocio que tanto provoca en la ocasión y en el ocasionado. De esto, tal vez tu pienses lo mismo, y si no es así, entonces sigo siendo el tipo más tonto que conozco.

Tal vez sea una simple fijación por mi falta de experiencias, pero es bien cierto que en mi mente no dejas de recorrer los pasillos de esta cabeza de chorlito. Tal vez fuiste tu, tal vez fue la situación, no lo se, pero me enseñaste que puedo llenar por un pequeño instante el vació que reconocía ayer infinito, y hoy, puedo decir que se lo que deseo. ¿Cuántos días me habré preguntado esa existencial pregunta?

Hoy, pequeña tortuga, cual tus ancestros han llegado a esta playa y han decidido irse a vivir de nuevo al mar, has decidido tomar el mismo hogar, alejándote de esta playa en la que topamos nuestras narices. Quizá vuelvas, 1000 años después, cuando las arenas de este lugar sean de otro color. Quizá no vuelvas, pero en mi corazón tu estás, por lo que pude aprender contigo, coincidirás conmigo que eso es mínimo, pero ahí estás, tienes un pequeño rincón en ese corazón que alguna vez creí se aventuro y sentí había muerto en acción.

A donde sea que vallas, pequeña tortuga, te deseo vivas maravillosas aventuras, que surques los cielos acuáticos con algún compañero que esté a tu altura, a una altura a la que no estuve mas que un solo momento, a una altura que te acompañe por lo largo de tu viaje. Te aseguro que si dejaste una huella en esta playa blanquecina, el agua no la hará desaparecer, porque yo he pisado la misma huella y se donde pisar para que vuelva a aparecer.

¡Hasta pronto mi bella y pequeña tortuga!