Estaba Juan Angustias en su camino
de regreso de la escuela, cuando bajando
del subterráneo que lo llevaba a su casa, se dio cuenta que caminaba con una
enorme multitud a una sola dirección, posiblemente todos los que estaban en su regreso de la escuela y
trabajo, siempre viendo la nuca de todos, nadie se dirigía en sentido contrario.
Jamás se había dado cuenta de eso, y no tenía idea de porque sucedía, y pensó: “Realmente
no importa”.
Al día siguiente, al tomar nuevamente
el subterráneo que lo dejaría en la escuela, se dio cuenta otra vez de la misma
situación del día, vio otra vez una multitud de nucas, algunas bien peinadas,
otras rapadas, con peinados extraños, el cabello parado, con calvicie, de todo
tipo de nucas vio. Y de igual forma, no vio a nadie que se dirigiera en sentido
contrario a donde él y todos iban, probablemente a la escuela, al trabajo, a
citas importantes de negocios, no lo sabía él. Pero pensó: “¿y si el que va a
otro lado donde no vamos nosotros, simplemente ya lo pase de largo? Entonces
volteare, y seguramente si veo una nuca, de cualquier tipo y peinado que tenga,
sabré que esa persona va a otro lado diferente a donde yo voy”. Y así volteo, y
nuca nunca vio, pero eso sí, muchos y muchos rostros. Rostros, que miraban al
suelo, serios, cansados, algunos de ellos hablaban por teléfono, otros venían platicando
con otros rostros, pero ninguno de ellos dejaba de tener una expresión triste o
enojada. Entonces, Juan Angustias, se regresó la mirada hacia donde él iba, y
su rostro se volvió largo y triste, pensó él: “Creo que me siento triste”.
Cuando Juan Angustias, termino
ese día con sus clases y tomo otra vez el tren de regreso a casa, se topó por tercera
vez con ese mismo escenario que había visto la mañana de ese día y la noche del
anterior, solo podía ver otra vez la multitud de nucas, algunas bien peinadas,
otras rapadas, con peinados extraños, el cabello parado, con calvicie y algunas
con tatuajes, pensó él: “Aun me siento triste”. En ese momento se le ocurrió
una brillante idea, y literalmente fue una brillante idea, porque se detuvo y empezó
él a resplandecer entre la multitud, casi como el Sol saliendo por el horizonte
en una mañana completamente despejada, pero, todo el mundo seguía caminando y
nadie lo observaba, entonces volteo a mirar los rostros que miraban al suelo,
serios, cansados, y también a los que hablaban por teléfono y platicaban entre
sí, pero nadie lo miraba. Pensó él: “¿Tal vez deba dejar de estar triste?” Y el
rostro largo y triste que tenía Juan Angustias desapareció, para mostrar a
todos la dulce sonrisa y los hoyuelos que se le hacían debido a ella, fue cuando así, brillante en más de un sentido,
todos en esa multitud bien formada lo vieron, y le devolvieron la sonrisa todos
y cada uno a Juan Angustias, con su propia sonrisa resplandeciente, haciendo
del amanecer que había iniciado Juan Angustias un medio día, eso en una noche
después del trabajo, la escuela o de donde sea que provinieran esa multitud de
sonrisas, y a donde sea que el viento las llevara.
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