Déjame probar mi locura.
Déjame escuchar tus suspiros
junto a mi oído.
Déjame tomar tu mano mientras
busco tu intimidad con la otra.
Déjame escuchar el placer que me
provoca que yo te provoque placer.
No me dejes descansar en tu pecho
menos de lo que la eternidad manda.
Mientras sostienes mis manos,
puedo sentir como vibran las tuyas, déjame llevarlas a mi espalda para que me
abrace el fuego de tu calor.
Pero que perturbante tortura es
aquella a la que me has condenado.
Permíteme disfrutar la tortura
que me provocas, permíteme probar el néctar que florece de tu boca para
complacer mi dolor infinito.
Déjame sostener tus suaves
piernas contra las sabanas a las que nos acurrucamos.
Déjame recorrer cada nervio de tu
cuerpo. Cada uno de los que revoluciones más y más tu motor.
Cada uno de aquellos que me haga
estar fundiéndome cada vez más y más en ti.
Cada uno que me permita perder
más el frío al camino de vuelta.
Déjame quedarme aquí.
No permitas que nuestras
armaduras las vistamos de nuevo, y deja que nuestra pieles hablen y nuestros
latidos griten.
Déjame dibujar cada rastro de tu
geografía humana, no me dejes olvidarla.
Déjame ir, pero no me dejes ir.
Déjame besarte, pero no me dejes
besarte.
Déjame olvidarte, pero no me
dejes olvidarte.
Déjame… solo déjame.
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