Pilares erguidos que se imponen
al cielo de esta tierra.
La palidez de alabastro ata en un
abrazo mortal de una, al oscuro azabache de la otra.
Su existencia desafía la
gravitación universal. Pareciera que dicen a los ojos de los no deseados visitantes:
-Corre, ¡oh tú! ¡Seguidor de la
miseria y de la desesperación! ¡Aquí no entran tus dioses!
Fieles y extrañas a su propia
forma, cada una parece fue construida con piedra de la misma cantera, y mortero
de la misma arena, pero ambas de diferente arquitecto.
No existe lugar más sagrado,
callado y tan ominoso, como lo es aquel, donde esos pilares aguardan.
Fui una vez ahí, solo y
desconsolado. Abatido y derrotado. Triste y decepcionado. Y fue justo ahí,
donde encontré algo que no buscaba, pero de igual manera me inspiro saciedad.
Desafiaron a los tiranos de sus
tiempos. Aquellas torres de las cuales, las sales del tiempo se nutren todavía,
no cedieron ante esos ridículos dueños del mundo. Permanecieron juntas, donde
su abrazo mortal las convirtió en inmortales. Su armonioso equilibrio, venció
al salvaje clima de esta tierra, o al menos ha salido victorioso hasta ahora.
Pude sentir su historia con solo
pasar las yema de los dedos por las juntas y grietas de sus inseparables muros. Sentí,
como la gemela de una, deseaba ser más fuerte para sostener a la otra y, que
aquella deseaba ser menos una carga a la una.
El suelo se retuerce y gruñe por
ver sus ruinas. Pequeñísimos cristales azules contienen las arenas de este
lugar, pareciendo que el cielo tuviera un espejo el cual engrandece a los
pilares.
Después tomo su otra mano, y las
torres caen en un silencioso quebrar de las sabanas de este lugar, permitiendo
que la historia de pie a nuevas maravillas en esta tierra.
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