martes, 25 de febrero de 2014

Búsqueda


Hace un rato que no escribo nada en el blog, así que para no ocupar mucho tiempo en mi agitada agenda, aquí les dejo un cuento que escribí hace ya más de un año. Espero que tomen un rato para leerlo y lo disfruten así como yo lo disfrute al escribirlo y lo disfruto al leerlo.

El Sol, la luna y las estrellas brillaban y pasaban rápidamente en el cielo claro y despejado, como si los días y las noches fueran de solo unos pocos minutos.
Alberto se encontraba parado en medio de las dos aceras, a la entrada de una calle larga sin automóviles que pareciera no acabara, con casas de distintos tamaños y colores.
Él vestía de zapatos y pantalón negro atirantado, camisa blanca y un reloj, cuyas manecillas giraban tan rápido como lo hacía el día y la noche. Hombre corpulento de unos 27 años en apariencia, tez bronceada y una cicatriz larga en el pómulo derecho. Su cabello largo negro y rizado, lo harían pasar por extravagante hombre de negocios si no fuera por la espada que traía consigo en su estuche colgado al cinturón, en el cual descansaba su mano derecha, estando a la espera de algo.
Caminó a lo largo de la infinita calle, casi 70 metros hasta llegar al número 117. Una vez ahí, observo la casa de una sola planta, roja en la fachada, con barrotes en las 2 ventanas y un portón igualmente rojo pero algo oxidado.
Abrió el portón y encontró una sala pequeña con muchos cuadros de fotografías viejas. Había un niño pequeño de unos 8 años recogiendo, acomodando y jugando con varios aviones y tanques a escala.
El niño lo miro un momento y siguió lo suyo diciendo:
-Creo que estas perdido.
-No, no lo estoy –Dijo Alberto quieto mientras el niño jugaba-. Estoy buscando a alguien, Betito.
El niño dejo de hacer lo suyo, lo miro atentamente, con una expresión madura y muy seria.
-Así te decían de niño –Murmuro Betito
-Eso es obvio, niño, pero es irrelevante como me llamaban, tengo que acabar con una parte de mí, para poder luchar correctamente –Alberto, con su siniestra blandió rápidamente la hoja larga, curva y negra, alzándola hacia el pequeño.
-Vas a tratar de matar a un niño –Habló sin sorpresa  Betito.
-Tú no eres un niño, ¡eres una parte de mí!
Alberto rápidamente tomó por el cuello con al niño y lo levanto muy por encima del suelo. Cuando estuvo a punto de cortarle con la espada, el niño sonrió y dijo:
-Por fortuna para ambos… -Betito se deshizo en sombras y apareció ahora encima de un sillón de la sala-. No puedes acabar conmigo, ¡solo mira!
El niño tomo un avión de juguete, le apretó un botón y un pequeñísimo misil salió disparado cual bala de fusil, Alberto simplemente lo desvió con la mano con una velocidad aun mayor que la del proyectil. Este pasó por el portón, cruzo la calle y exploto en medio del cielo.
Hubo un pequeño silencio en la casa roja. Mientras el aire se calmaba, Betito siguió jugando ahora con unos robots y helicópteros. Finalmente hablo diciendo:
-No puedes lastimarme, pero mi influencia en ti ya es cada vez menor. Todo lo que aprendes de chico forja bases muy poderosas que te guían en la vida –Alberto guardo la espada en su estuche, y se sentó en otro de los sillones mientras el infante seguía con su discurso-. Tus padres, tu familia y tus maestros son tu guía y todo tu saber, en ellos confías cualquier cosa, excepto las cosas que te piden no platiques o cuentes a gente rara o extraña. A partir de este punto es cuando empiezan las dudas, que de chico no se te ocurren como trascendentes, porque no estás consciente de tu propia existencia, pero conforme vas creciendo, las dudas sobre tus “héroes”, los adultos, se vuelven intrigas, estas se convierten en miedos, aquellos se transforman en dolor y este desborda en ira.
-Ahora entiendes porque te busco, sin la inocencia, que marca nuestra vida y nuestros miedos, entraríamos directamente al juicio racional, y todo dolor no tendría que existir –Replico Alberto.
-Ridículo –Betito volteo a verlo más fijamente que la anterior ocasión-. La inocencia es algo innato de todo ser viviente. Quitarla de tu vida en el pasado, así como arrancar los aprendizajes que tuviste en esta etapa sería como nunca haber nacido, y morirías inmediatamente. Mi influencia sobre ti se reduce cada día conforme los problemas de “adulto” te abruman, sin embargo, siempre estaré latente en una parte de ti. Es inevitable.
El pequeño regreso la mirada a sus juguetes, y suspiro diciendo:
-Cuando creces eliges enfrentar esos miedos y asumir que los puedes superar o quedarte varado en la locura de tus dudas. Si eliges hacerlo o no, no depende de lo sucedido en tu infancia, sino de lo responsable que seas.
Una sombra paso por el rostro de Alberto.
-Entonces no veo que tú seas a quien yo busco realmente. En todo caso perdí mi tiempo contigo.
-No del todo, mi gran amigo –Betito le mostro una sonrisa angelical y contrastante con las actitudes anteriores-. Eres fuerte, pero lo que llevas contigo no será lo mejor para enfrentar lo buscado –Señalo la espada-. Sigue mi recomendación.
Aun con una sombra en el rostro, se levanto del sillón Alberto, dejo a Betito jugando en la sala de la casa roja, salió por el portón, lo cerró y se encontró nuevamente en la calle larga, ahora oscura, pero que empezaba a amanecer con esa velocidad fuera de lo común.
Decidió seguir caminar en la misma dirección, hacia esa calle sin final. Avanzo ahora largo rato, vio varios amaneceres y anocheceres antes de que por fin se parase, voltease hacia la izquierda y viera esa gran casa blanca: tres pisos, ventanas grandes, lisas y sin barrotes, a diferencia de su anterior visita.
No se decidía a entrar hasta que un hombre ya grande, con canas que no se alcanzaban estas a distinguir mucho, le invito desde de la ventana que pasara a la casa.
Abrió la puerta grande y de madera de la casa. Se encontró con un pequeño pasillo, a sus pies había un lugar para dejar los zapatos para no deteriorar el piso de duela, lo entendió y dejo ahí sus zapatos.
Cruzo el pasillo, había un fusuma, una puerta de papel con un paisaje montañoso en ella, la deslizo a un lado y se encontró en un salón donde en medio de él, parado y firme, se encontraba el viejo que le había dejado acceder.
El hombre viejo con una cicatriz idéntica, y en el mismo sitio que Alberto. Tenía el cabello ya casi plateado por la edad, pero a pesar de esto, se veía vigoroso y atento. Venía vestido sin calcetas, con un pantalón negro, por unos pliegues frontales y traseros lo asemejaban a una larga falda, con una casaca de algodón blanca y gruesa.
-El uniforme de los aikidocas, ¿no es así? –Observo Alberto.
-Eres muy perspicaz –Le sonrió el viejo-. Pero en fin, vamos, te invito a sentarte. Has de estar cansado y…
La punta de la hoja negra y afilada de Alberto voló, y estuvo a punto de rosarle el pecho al viejo, ya que con solo dar un paso del pie izquierdo hacia atrás, girando sobre el eje del derecho, quedo paralelo a la espada, y con un movimiento de manos de rayo, logro tomar a la espada por la empuñadura, dio un largo paso hacia adelante, y ahora la hoja estaba en el cuello de Alberto, amenazante en manos de aquel viejo hombre.
-La violencia sin sentido, no puede vencer a una mente calmada y concentrada. Has atacado sin siquiera tener un argumento, aunque por muchos argumentos que tengas… ¡ah! jamás la violencia es la respuesta –Suspiro enormemente el hombre de cabellos plateados, aparto la espada del cuello del otro y se la entrego.
-Pero eres un aikidoca, el sable es de la enseñanza de kendo –Mientras decía esto, Alberto tomo su espada, la envaino y la dejo cuidadosamente en el suelo a la vez que se sentaban frente a frente en sus propios pies, al estilo oriental y de las artes marciales.
-No eres tan astuto como creí. Porque este yo vestido de esta forma, no quiere decir que no sepa sobre otras disciplinas. Y has olvidado que se lo que tú sabes hacer, en caso contrario, no manejarías un acero como este, tampoco lo habría esquivado, por lo que esta conversación no sucedería.
El viejo cerró los ojos y respiro profundamente una y otra vez, siempre con las manos quietas sobre las rodillas. Alberto lo imito a su vez, siendo sus inhalaciones y exhalaciones igual de rítmicas que las del otro.
-Siempre es agradable descansar el cuerpo y la mente por un momento, ¿no crees? –Rompió el silencio el hombre de cabellos plateados.
-Es muy agradable, no lo niego. Pero no he venido a hacer esto otra vez, estar calmado, cuando ya estas calmado, es una pérdida de tiempo –Dijo esto en voz baja Alberto.
-¿Tener prisa en un mundo donde el tiempo se alarga y se estira una y otra vez? Eso es redundante, y eso amigo mío, es lo que te sucede ahora. Porque tú ya estés en una profunda meditación e interiorización, no significa que estés fuera de todo estrés aquí mismo. Son provechosos estos instantes.
De pronto en las duelas que se encontraban en medio de ellos fueron apareciendo un par de pequeños platos y una copa de té para cada uno, así como un vaso con salsa de soya para ambos.
-Inclusive el hambre que pierdes allá fuera, se refleja con apariciones como estas –Decía el viejo señalando los platos, mientras aparecían 2 rollos de sushi y un pan al vapor para cada uno, con sus respectivos palillos.
Empezaron a comer, remojando cada trozo de sushi en la salsa de soya un par de veces. Lentamente saborearon la comida, continuaron con el té, y al terminar con los panes al vapor, el más joven se levanto hablando por encima del otro.
-No hay necesidad de que te levantes, obviamente no eres a quien busco, si lo fueras me habrías cortado el cuello en cuanto pudiste. Gracias Jorge Alberto.
-Siempre te ha gustado que los menores te llamen por tus dos nombres, ya sean amigos o extraños. Una extraña forma de orgullo, y aún más extraño ya que todos suelen ser menores a ti –Diciendo esto, se levanto de igual manera Jorge Alberto, firme y recto, pero cabizbajo y triste-. No lo sé todo, y estoy consciente de tu determinación por acabar con lo que no te deja continuar, pero creo que hay mejores formas de enfrentar esta cuestión. Solo te puedo decir que la ganancia al derrotar la parte que mas temes, será una trascendencia superior a la humana…
-¡Y eso es lo que quiero! –Interrumpió bruscamente Alberto.
-¡Solo escúchame niño…! –Callo al más joven con una mirada seria y un fuerte golpe al piso con el pie-. Trascenderás, sí. Pero con tu experiencia en esta vida, renunciar a esa parte de ti, solo te transformará interiormente, pero el mundo real se quedará sin tus aportes y sin tus grandes servicios. Puedes cambiar la realidad de las personas que amas, y tu realidad también, pero es aceptando todo lo que eres, esa es la sabiduría que te corresponde tener.
Hubo un momento de silencio, Alberto observaba fijamente la mirada honesta, auténtica y sin prejuicios del viejo, como si hubiese un pozo de experiencias y pensamientos dentro de los ojos de aquel, como si la verdad que decía estuviese escrita en piedra.
Luego se agacho, tomo el estuche y la espada que había en él, y lo amarro detenidamente en su costado derecho. Al realizar el último nudo, noto como todo el cuarto cambiaba de colores y tonalidades, desde pasar por el blanco más claro visto alguna vez, hasta el negro salido del mismo abismo. En las cuatro paredes de la habitación se dibujaban paisajes de todo tipo, desde una playa con un amanecer en camino, hasta los hielos árticos del polo norte.
-Eso significa que has tomado tu decisión, espero.
-No, la decisión la había tomado tiempo atrás, mucho antes de entrar a esa larga calle. Esto solo significa que mi búsqueda casi termina. Ellos no necesitan un héroe para salvarse, ellos no necesitan milagros –Dio la espalda Alberto al hombre viejo, y girando un poco la cabeza siguió-. Si ellos no pueden salvarse a sí mismos, no hay necesidad de que alguien tome esa responsabilidad, inclusive sean los más cercanos. Y sonará egoísta, pero estoy harto de seguir una lucha por los demás, de ahora en adelante lo hare por mi propia persona.
El hombre de cabellos plateados no dijo ya nada. Se volvió a sentar, cerró los ojos, y empezó a respirar tranquilamente, repitiendo unas palabras inaudibles.
-Gracias Jorge Alberto –El más joven deslizo la puerta de papel, siguió el pasillo hasta la entrada de la casa y tomo sus zapatos, cerró, y continuo ahora por la calle oscura, solo iluminada por una luna llena, estática en todo lo alto, y un cielo con estrellas igual al número de arenas que se encuentran en el mar.
-Tenía razón el viejo –Se escucho a sí mismo decir-. El tiempo aquí se alarga y estira una y otra vez.
Así anduvo caminando en medio de la calle. Todavía percibía el sabor de la comida cuando la manecilla grande dio 5 vueltas en su reloj, y la luna seguía igual de alta desde su visita a la anterior morada. Cada una de las casas que ahora veía de un lado y de otro de la acera, se veían iguales por la luz del cielo nocturno, aunque cada una era tan diferente como la anterior.
“¿Por qué lucho?” Se preguntaba a sí mismo una y otra vez, después de esos dos encuentros surgían las dudas. El niño y el viejo hablaban con demasiado sentido, cada uno a su manera había sido hasta ahora importante en su vida, ¿por qué tendrían que ser prescindibles aquellos sentimientos y sensaciones, si eran parte de su historia personal? Si todas esas cosas, esas guerras y batallas, eran lo que habían finalmente forjado al actual Alberto.
Paro su caminata y admiro la luna por un momento. Idéntica siempre, incluso en este mundo interior jamás cambiaba, jamás daba otra cara, jamás lloraba o se reía, pero cumplía siempre fielmente con su función: iluminar eternamente en la noche. Sentía Alberto que hallaba un parecido con el astro y consigo mismo, solo que él si poseía corazón y sensaciones.
-Inmortal –Susurro al viento-. Incapaz de morir. Enterrar a los amigos, pero jamás ser enterrado por uno –Una pequeña lagrima rodo por su cicatriz-. Ni siquiera saltar al abismo ha servido.
Siguió por la calle. De pronto, una sombra que iba en dirección opuesta a la de Alberto empezó a acercarse y soltó un grito no muy amistoso.
-¡Te has tardado mucho, creía que habías dejado toda esta empresa y habías aceptado lo que en verdad eres!
Se acerco la sombra más y más, mientras un sonido titilante la acompañaba, hasta que Alberto distinguió completamente al individuo que estaba a unos 5 pasos de distancia.
-¿Beto…? –Murmuro Alberto.
-Para fines prácticos, llámame Jorge –Una sonrisa burlona paso por la cara del individuo-. Sé que al mocoso y al anciano, ya los has visitado, y no me llamaras como a ti se te antoje, o como a ti te gustaría que te llamaran en cierta época.
-Suenas irritado –Señalo Alberto.
Caminando de un lado a otro, haciendo sonar unas llaves que traía consigo, Jorge continuo diciendo:
-¿Irritado? Y como no iba a estarlo, ¡si quieres hacerme desaparecer! –Señalo furiosamente su pecho con una mano y a Alberto con la otra. Este gestom fue con tal intensidad que alcanzo a despeinarse un mechón del corto y perfectamente peinado cabello.
Se volvió a peinar para recuperar la perfección de su cepillado y le dio la espalda a Alberto. Empezó a jugar con las llaves, semejantes a las de los calabozos de la edad media, se volvió para quedar en frente del otro una vez más y espero a que hablara Alberto.
-Tengo que hacerlo, no importa si me arrepintiese en este momento de estar en esta situación, porque de todas formas regresaría a cumplir mi decisión –Hablo con voz firme y grave.
-Pues te deseo mucha suerte… -De repente las llaves con las que jugaba se volvieron de dimensiones semejantes a un brazo y medio de largo.
Alberto solo cerró los ojos para parpadear una vez, desenvaino su acero negro, y en cuanto los volvió a abrir, solo la sonrisa burlona del individuo quedo en su mente, pero Jorge ya no se encontraba ahí.
Escucho un ruido como la punta de un látigo agitándose, y un centello en el cielo que alcanzo a ver. Ese centelleo le recordó el disparo que hizo partir a su esposa, hace más de medio siglo.
“Me encontraba en el patio delantero de la casa, junto a ella podamos los lindos arbustos que teníamos, cuando un hombre alto salió de la nada con revolver en mano, el primer tiro le alcanzo a ella, el segundo me dio en el hombro izquierdo, el tercero me dio en el rostro. Fue cuando me di cuenta: mi longevidad sería aún mayor al no caer después de eso. Para el cuarto disparo, ya le había respondido con una daga que siempre guardaba en el cinturón, un automóvil acelero, y mi historia en ese lugar, que llame alguna vez mi hogar, termino.”
Regreso a la “realidad”. Justo a tiempo reparo en dar un salto atrás, como si un rayo hubiese caído, se ilumino la calle en el lugar donde se encontraba, y la enorme llave yacía clavada en el pavimento, pero la llave, que antes se veía oxidada, ahora guardaba un brillo dorado sin igual, y ahora tenía una empuñadura bellamente decorada. Segundos después una mano la tomo y la arranco del suelo, era Jorge que ahora traía en ambas manos blandiendo la llaves. Estas se veían tan amenazantes en él, como la espada que sujetaba a ambas manos Alberto.
Los ojos del delgado individuo ahora ardían en furia y se perdían en lo eterno de su ser.
-Eres muy joven para tener ese tipo de rabietas, mi amigo- Alberto dio varios golpes a los costados del otro, y sin que se inmutara, Jorge se dejo golpear.
-¡Ja, ja, ja! –Una risa pesada y cruel hicieron que la sorpresa en Alberto incrementara y dudara retrocediendo unos pasos –Tu poder, tu concentración, tu fuerza y espíritu, dependen completamente de mí.
A Jorge le brillaron aún más los ojos y cruzo las llaves hacia Alberto, así una bocanada de llamas salieron de estas, este ultimo las esquivo con un salto habilidoso hacia un lado, y tuvo que hacerlo nuevamente por otro ataque devastador, alcanzando una de las casas y envolviéndola completamente en un mar rojo.
En el momento que se incorporo para volver a atacar, una ardiente sensación recorrió la espalda de Alberto desde su hombro izquierdo hasta su pierna derecha, e inmediatamente después le pareció una de las llaves le atravesaba el pecho por detrás.
En sus pensamientos él se decía:
“Ojala, ojala fuera realidad. Aunque duele… duele mucho, más que dolor “físico”, un dolor de espíritu… de impotencia… de derrota…”
-¿Esto se acabo? –Cuestiono Alberto lentamente, aún con la llave en su pecho.
-Ya, ya acabo –Diciendo esto, el otro le arranco esa llave y lo vio caer de rodillas al suelo al ensangrentado hombre-. La ira es una poderosa arma en manos correctas, solo superada por otros sentimientos como la piedad y el amor –Mientras decía esto, las llaves regresaban a su antiguo estado.
Sus pensamientos continuaban:
“¿Piedad?, ¿Cuántas veces no deje ir a muchos que eran inocentes en esas guerras? Dejarlos ir por simple respeto a la vida. ¿Amor? Cuantas veces no protegía a esas naciones por amor a la patria, a las cuales en su turno pertenecí; amor por cada uno de ellos, amigos, hijos, y solo una mujer a la que he amado auténticamente.”
Soberbio, con lágrimas y mucho dolor en el rostro, miro atentamente al dueño de las poderosas llaves.
-Me estás diciendo… -Alberto aun no soltaba la espada de su mano izquierda-. …que esto es piedad –Apenas podía respirar.
-No, no lo es. Es amor lo que te entrego, lo que tu deseas: amor, deseo, alegría, tristeza, cólera, soledad, compañía… todos los sentimientos que hacen de la vida no sea un lugar gris y aburrido –Calló Jorge observando la hoja negra aún apretada fuertemente de la empuñadura por el otro-. Déjala ir, tu lucha se acabo. Acéptame, acéptate… -Vio que Alberto dirigía la mirada a otra parte. En el tejado de una de las casas estaban el niño y el viejo. Regreso la mirada al herido hombre-. ¡Acéptanos!- El grito hizo retumbar la tierra y romper los vidrios de las casas.
“De todo eso y aquello de lo cual he sido testigo, artífice y víctima, ya no quiero vivir de esa forma, siempre he negado lo que soy, y ahora en este mundo se presenta el autentico modo de cambiar… solo he aprendido una cosa que es definitiva…”
Cuando todo se calmo Alberto con mucho esfuerzo respondió:
-Correcto… está bien… tu ganas… -La espada en su mano se deshizo como arena entre los dedos.
-Lo ves, no es tan difícil, después de todo siempre hemos estado aquí para contigo. Ven, te ayudo a levantar… te… -En cuanto le alcanzo una mano a Alberto, sintió un enorme escalofrío recorriendo desde lo más profundo de su corazón hasta la punta de pies y manos.
Una espada gris, traslucida y muy delgada era sostenida por la diestra de Alberto, atravesando completamente a Jorge.
-No te acepte, solo me di cuenta que… no te vencería la “violencia”, esa… como arma fue siempre una mala elección… sin embargo…  solo he aprendido una cosa, desde que tengo consciencia… generación tras generación… la inteligencia, fría como el hielo, doma y domina los corazones de los hombres, y los hace sus esclavos.
Jorge dando un último suspiro, se materializo como hielo y se quebró en cientos de pedazos. Así, el niño y el viejo también desaparecieron como humo llevado por el viento.
La herida de Alberto sano casi de inmediato, todo se empezó a desmoronar, la luna empezó a moverse rápidamente.

Él se levanto y los días empezaron a acelerarse aun más, solo se veían los amaneceres y atardeceres ahora como flashes en el cielo. La tierra debajo de él empezó a perder forma y se encontró caminando en medio de luces y colores de todo tipo. Se encontró caminando en la eternidad del espacio y el tiempo.

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