jueves, 29 de mayo de 2014

Inmortales

Pilares erguidos que se imponen al cielo de esta tierra.
La palidez de alabastro ata en un abrazo mortal de una, al oscuro azabache de la otra.
Su existencia desafía la gravitación universal. Pareciera que dicen a los ojos de los no deseados visitantes:
-Corre, ¡oh tú! ¡Seguidor de la miseria y de la desesperación! ¡Aquí no entran tus dioses!
Fieles y extrañas a su propia forma, cada una parece fue construida con piedra de la misma cantera, y mortero de la misma arena, pero ambas de diferente arquitecto.
No existe lugar más sagrado, callado y tan ominoso, como lo es aquel, donde esos pilares aguardan.
Fui una vez ahí, solo y desconsolado. Abatido y derrotado. Triste y decepcionado. Y fue justo ahí, donde encontré algo que no buscaba, pero de igual manera me inspiro saciedad.
Desafiaron a los tiranos de sus tiempos. Aquellas torres de las cuales, las sales del tiempo se nutren todavía, no cedieron ante esos ridículos dueños del mundo. Permanecieron juntas, donde su abrazo mortal las convirtió en inmortales. Su armonioso equilibrio, venció al salvaje clima de esta tierra, o al menos ha salido victorioso hasta ahora.
Pude sentir su historia con solo pasar las yema de los dedos por las juntas y grietas de sus inseparables muros. Sentí, como la gemela de una, deseaba ser más fuerte para sostener a la otra y, que aquella deseaba ser menos una carga a la una.
El suelo se retuerce y gruñe por ver sus ruinas. Pequeñísimos cristales azules contienen las arenas de este lugar, pareciendo que el cielo tuviera un espejo el cual engrandece a los pilares.

Después tomo su otra mano, y las torres caen en un silencioso quebrar de las sabanas de este lugar, permitiendo que la historia de pie a nuevas maravillas en esta tierra.

domingo, 25 de mayo de 2014

Crónica de una pieza esperada

¿Cómo explicar quién soy yo? Pues solo diciéndolo. Soy un piano de cola Yamaha, que vive en la tienda de música más cercana al palacio de Las Bellas Artes. Normalmente así me presento cualquiera que pregunte, y en efecto, hay quien pregunta, pero por lo general la gente me ignora y solo unos pocos se atreven a tocar música en mí.
Podría pensarse que por la ubicación de la tienda y el tipo de piano que soy, tocan en mí a Back, Chopin o a Beethoven, pero es incorrecto si es lo que piensan. La mayoría de las personas son amateurs que apenas saben la escala música y al algunos arpegios. Poco común es se acerquen profesionales interpretes a tocar en mí los maestros antes planteados. Fuera de eso, soy el piano de la tienda, por lo que no me ponen en venta. De igual manera, los dueños actuales no vienen a probar mis a veces polvorientas teclas, y los encargados del lugar se les tiene prohibido probarme, a menos que un cliente lo desee. Toda la situación es un tanto decepcionante para un instrumento musical.
En fin. La historia o crónica, como sea que le ponga el sujeto escriba de estas líneas, es sobre Anastasia Belén Huerta: una contemporánea del arte musical. Ya sea por sus varias Sinfonías escritas y presentadas directamente del borrador, similar a Mozart; ya sea por sus interpretaciones en 15 instrumentos diferentes de música popular y clásica; o ya sea por la dirección de al menos 3 orquestas sinfónicas y filarmónicas, por al menos 2 años cada una de ellas, es un personaje que solo por la radio de la tienda ha podido cautivarme y maravillarme por completo, así como tener un deseo casi bestial (irónico porque no soy ningún tipo de animal) de sentir sus creativas manos en cada Do, Re, Mi, Fa, Sol, La y Si de mí ser.
Fue escuchando una de sus presentaciones en el palacio de Las Bellas Artes, cuando entro al lugar una mujer de baja estatura, piel morena y manos delicadas, tanto como el pétalo de una rosa, buscando un piano de cola (ya se pueden imaginar lo que viene a continuación).
El encargado, antes de atender a la mujer, le dijo con murmullos a uno de sus compañeros que, aquella mujer era la tan escuchada y única Anastasia Belén Huerta. Como podrán imaginarse, mi reacción a lo anterior fue de tal magnitud que…esperen un momento, ¿esté sujeto habla sobre las reacciones en un objeto inerte? Que despistado.
El caso es, se acercó Anastasia a mis no limpiados, por cerca de 2 semanas, dientes blancos y negros. Pidió un pequeño trapo y con el mayor esmero posible, evito hacer sonar una sola nota de mis 11 octavas, y limpio cada rastro de polvo en ellas. Abrió la tapa de mi cabeza para poder escuchar unos cuantos Doos, Soles y Sies. Después de probar algunos arpegios, mi cuerpo se encendía como volcán, urgiéndome que tocara un poco de su tanto y diverso conocimiento musical. Deseaba tanto escuchar de forma entera y fluida su experiencia en mí.
Anastasia solicito un banco para sentarse cómodamente a la orilla del mismo, a la usanza de cualquier pianista. Empezó a calentar un poco las manos, abriéndolas y cerrándolas, dando círculos con las muñecas y estirando un poco el cuello. La preparación era algo vital para ella.
Puedo recordar que tenía yo lo duda, si dar o no, mis sonidos en su máxima calidad, esto desde el principio de la pieza, o solo cuando fuese el climax de la misma. Si me escucharía ella como si fuera otro cualquiera, o como el viejo instrumento que su sonido ha envejecido pero no ha amargado. Tenía mucha duda, pero pronto ella se acostumbró a mi sonido y yo a sus delicadas manos.
A veces ella respiraba profundamente, mientras mis notas más graves y tristes dejaban mi cuerpo exhalar. Otras veces yo podía predecir la siguiente nota que fuese a sonar, pero solo en mente, porque sus agiles manos tomaban el timón y me conducían por las fieras, y bellas majestuosidades que su mente maquinaba.
Llego un punto de la pieza en el cual pude escuchar unos gemidos prácticamente inaudibles, que señalaban su ansia por mis voces y por querer llegar al clímax. Podía incluso sentir su fuerte pulso en cada pulso de las partituras imaginarias que traducía su cabeza, que ordenaba a los músculos de sus falangetas se movieran, que me indicaban que voz gesticular.
El clímax estaba por venir. Pasar del final de la entrada al “Concordio Allegreto y Andante” de su bellísima interpretación. Predecía una pequeña escalerilla de graves a cada vez más agudos al esperado momento, pero todo callo. Anastasia, sus dedos y mis voces se enmudecían ante el último La sostenido de mis 11 octavas, en el cual no se hallaba diente mío alguno. Al siguiente instante el encargado que esperaba terminase la pieza, al ver forzado el final, se acercó a Anastasia para avisarle que ya tenían listo su pedido. No ha vuelto a aparecer ella desde ese momento.
Toda la noche quede en vela, había sido estupendo, magnífico e increíble, pero ¿Qué tanto pudo serlo, si hubiese estado en su lugar, aquella, pequeña, humilde y tan importante parte mía?
No busco chivos expiatorios, ¿pero y si me hubieran concebido en el taller un poco más resistente, no habría desaparecido ese único La sostenido, y tendría una aún más impresionante crónica o historia, como sea que el sujeto que escribe la intitule, que contar? ¿Y por qué los encargados no me cuidaron lo suficiente para que ese único concierto, esa rara coincidencia no planeada, trascendiera en las páginas de la historia?
Quien menos culpa tiene es Anastasia, pero ¿cómo pudo olvidar que la última nota de la entrada, primera en el “Concordio Allegreto y Andante”, y única vez que se toca aquella en toda la pieza, no estuviera donde debía estar? Así habría evitado la maravillosa y tremenda experiencia de mi vida estuviese incompleta.
Solo deseo, que otro día, llegue Anastasia, la tecla de La sostenido este en su lugar y terminemos lo inconcluso aquella vez.


Fin