jueves, 20 de noviembre de 2014

Botas gastadas

Dejo mi encerrado encierro, alejándome de la linea fronteriza dentro de mi propia tierra, alejándome de esos alegres e ingenuos visitantes de pieles blancas.

Tomo la primera salida que conecta con el tren ahora clausurado de susodicha terminal, mi sorpresa solo continua cuando veo imitaciones de hoplitas protegiendo aun más las selladas entradas, protegiéndolas de hermanos suyos, de gente suya, razones suyas, obligaciones suyas, ordenes suyas, todo proviene de arriba.

Un sonoro silencio proveniente de maquinas veloces que corren mientras las otras maquinas vuelan cerro abajo, vuelan peñon abajo, vuelan bajo las sonoras ondas que los perciben y los guían. Aterrizan en negros y lisos empedrados de un lago de petroleo calmo.
Mi camino es largo, no por el siguiente lugar al cual trato de alcanzar, sino por el cerro arriba que he de recorrer. Mis pisadas son acompañadas por gente que vagabundea por un tren igualmente imparable en todo lo ancho del cerro. Cinco horas antes corría por registrarme en la historia de aquella terminal, corría, corría ignorante de lo que había pasado un poco antes, justo cuando el obrero llega a la obra y el oficinista llega a su oficina. Corría, y nadie me seguía, cuando minutos antes, escudos de poliuretano me hubieran seguido y aplastado solo por parecer viajero casual de la avenida. Corría, y corría con las manos vacías, cuando minutos antes, cualquiera podría traer fuego encerrado en una botella de whisky.

Pero ahora caminaba por unas calles, cuyos monstruos metálicos de pies redondos corrían con toda furia acompañando un silencio de mortandad, acompañando un silencio de tensión, acompañando luces de colores opuestos.

Al alcanzar la siguiente estación, al norte de aquella de aves voladoras, clausurada una vez más por la paranoia de la ciudad vibrante, mis pies se sienten cansados, se sienten indignados por un camino que jamás planee; cansados como una raza que conozco desde hace poco, que conozco solo un poco; indignados como un pueblo que no termina de indignarse por completo, que debería indignarse, si, que debería indignarse. No queda mas que seguir patinando en aceras solas, y a la vez ,acompañadas de viajeros que han bajado del tren antes de su destino.

Mis botas ya están gastadas, no por el camino de hoy, pero si por el camino de todos los días. Gastadas, muy gastadas, como las almas y las palmas de la gente que hoy se levanta, que tiene esperanza, pero que el camino les ha cobrado en deleite de reyes sin rostro. Ahora también se que el pavimento se deleita alimentándose del caucho de segunda de mi calzado.

Llego a la calle de Peniques, entrada hacia el tren que me llevara a mi hogar, aunque también mis botas gastadas podrían llevarme, es cierto también podría llegar a mi hogar con mi propio pie.